Domingo 23 de Noviembre de 2025

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DEPORTES

23 de noviembre de 2025

El silbato de la discordia: el día que Independiente dejó la cancha en protesta contra Castrilli y la polémica del penal de Delem

Un repaso por partidos que quedaron marcados en la historia del fútbol argentino por las controversias arbitrales

>El estadio mundialista de Mar del Plata era el escenario de una noche que prometía fútbol y brillo, pero que terminó transformado en escenario de un final tan inesperado como vergonzoso. En el epicentro de la tormenta estaba Javier Castrilli, aquel árbitro que el periodismo de la época y algunas personas celebraban como el paladín de la justicia deportiva. Sin embargo, su fama no provenía de una estricta interpretación del reglamento, sino de la aplicación de un código propio, rígido y distante de las intenciones del legislador. Su estilo inflexible, casi robótico, lo convertía en una figura tan admirada como temida.

 

A los 26 minutos llegó el primer golpe de escena. Acosta presionó a Desio con una jugada que muchos habrían sancionado, pero Castrilli decidió que no había infracción. El balón continuó hasta los pies del Beto Márcico, quien no perdonó y lo envió al fondo de la red del arco defendido por Luis Islas. El 1-0 desató la furia en el banco del Rojo. Marchetta, técnico del equipo, gesticulaba como un loco, acusando al árbitro de “estar comprado”. Pero el verdadero estallido llegó poco después, cuando Gustavo López fue expulsado por una falta menor. El campo de juego y las tribunas hervían, el clima era ya un volcán en erupción.

Las protestas fueron inmediatas y monumentales. Los jugadores del Rojo rodearon al árbitro como un ejército rebelde frente al rey. En un acto de desafío sin precedentes, se plantaron en la línea de gol, bloqueando la ejecución del penal. La situación alcanzó su punto crítico cuando, bajo las órdenes de su técnico, el Negro Marchetta, y del vicepresidente Di Pace, el equipo decidió abandonar el campo de juego.

Era la penúltima fecha del electrizante torneo de 1962. En el corazón de Buenos Aires, la Bombonera era un volcán en plena erupción, un santuario donde la pasión y la rivalidad se entrelazaban como nunca antes. Boca Juniors y River Plate, los titanes inmortales del fútbol argentino, se encontraban en un duelo que iba más allá de lo deportivo. Era una batalla por el honor y por el torneo, un enfrentamiento que decidiría el destino de un campeonato y marcaría para siempre las páginas de la historia.

El verdadero drama de la historia estaba reservado para el final. Faltaban apenas cinco minutos cuando una jugada en el área de Boca congeló el tiempo. Carmelo Simeone defensa de Boca y Luis Artime goleador de Núñez, dos gladiadores, chocaron en una maniobra confusa. El silbato de Carlos Nai Foino rompió el aire con la fuerza de un trueno. Penal para River. La Bombonera, un instante antes un océano en ebullición, quedó atrapada en un silencio que quemaba. El árbitro, con su figura imponente y su gesto de acero, había tomado la decisión que cambiaría todo.

El brasileño Delem se plantó frente al balón con la calma de un verdugo. Miles de ojos lo observaban, y el peso de la historia caía sobre sus hombros. Disparó con potencia, pero allí estaba Antonio Roma, el guardián eterno, adelantado por más de dos metros, volando como un águila para desviar el disparo. La pelota salió al córner, y el estadio se desbordó en una mezcla de euforia y rabia. La Bombonera rugía, y los jugadores de River, furiosos, rodearon a Nai Foino. Las protestas inundaron el campo como una tormenta imparable.

 

El árbitro, estoico en el centro del huracán, ordenó suspender el partido. Once minutos de tensión insoportable siguieron, como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar. La Bombonera era un campo de batalla emocional. Nai Foino, acusado de ser prepotente y de no correr lo suficiente, parecía tener en ese momento el control absoluto de los hilos del destino. No era un simple árbitro; era el árbitro.

 

Carlos Nai Foino no era un extraño al ojo del huracán. En 1949, una famosa piña a Perroncino, jugador de Boca, le había valido seis meses de suspensión. Pero esa sanción no hizo más que forjar su carácter indomable. Volvió al arbitraje con la misma firmeza que lo definió durante toda su carrera, enfrentando desafíos y polémicas con una determinación casi mítica.

El clásico terminó con Boca triunfante, pero el verdadero protagonista de aquella jornada quedó grabado en las almas de todos los que estuvieron allí. Nai Foino, el árbitro que cruzó la delgada línea entre héroe y villano, permanecerá como una figura inmortal en la historia del fútbol argentino, un hombre que, con sus aciertos y errores, cambió para siempre el curso de un partido, y con ello, el destino del campeonato.

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