DEPORTES
21 de agosto de 2025
Crónica de una barbarie en Avellaneda

Independiente-Universidad de Chile reflejó la inoperancia de una planificación de seguridad deficitaria que derivó en un show violento que se extendió por más de dos horas sin que las fuerzas policiales intervinieran
>Un primer vistazo despertaba ya la intuición de la catástrofe. Antes de que salieran los equipos a la cancha, alcanzaba con girar la cabeza algunos centímetros desde la platea Bochini del Libertadores de América. No había que ser un genio para advertirlo. Un grupo de dos mil hinchas de la U de Chile colmó de bote a bote la Tribuna Pavoni Alta y la premisa de seguridad pareció basarse en la autorregulación. No había a la vista chalecos fosforescentes de la seguridad privada, mucho menos cascos policiales. Ni pulmones, ni enrejados, ni control. Nada. Abajo, la popular roja también repleta de hinchas. Y a rezar...
Una caída de pequeños objetos en primera instancia, entre botellas llenas y proyectiles, fue la precuela del caos. Lentamente, se desató una tormenta perfecta. Unos encapuchados con máscaras aparecieron con palos y se pararon sobre las barandas en tono amenazante desafiando a los hinchas que estaban abajo. La gente debió hacer un hueco por motu propio. Las autoridades de seguridad seguían sin aparecer en la escena. Ni arriba, ni abajo. El partido, mientras tanto, se seguía jugando.
Un centenar de hinchas se congregó en las puertas de salida buscando respuestas. Exigían al personal de seguridad privada que accionaran. La aparición de la Policía caldeó el ambiente. La confusión total hacía que gente de todo tipo se plantara en uno de los portones cercano al sector visitante para reclamar. Una revuelta que tuvo una mezcla entre la arenga a la policía por defender al público argentino y el reproche por la violencia a los propios en distintos ámbitos. Se mezcló todo, hasta el tono político que domina al país. “Después le pegan a los jubilados y no hacen nada acá”, gritaban algunos, palabras más, palabras menos, mientras se armaba un temible cordón policial sobre la calle Bochini. Un enrejado que divide la platea de ese lado con el ingreso a las gargantas quedó derribado. Ese es un paso previo a la cabecera que en esta oportunidad cobijó a los visitantes. La Policía armó otro cordón para bloquear ese codo y uno de los portones de salida. Pero desde la popular visitante seguían cayendo proyectiles con mayor o menor persistencia.
Con un gigantesco pulmón realizado por iniciativa propia por los hinchas, para correrse de la línea de tiro área del elenco chileno, llegó la segunda “solución” al problema. Inocente solución, desde luego: abrieron el portón que conecta a la popular Pavoni baja con la platea Bochini para permitir descomprimir. Miles abandonaron la zona. Otros tantos se quedaron cobijados debajo de la visera que genera la Tribuna alta. “Rompieron los baños y están tirando para abajo”, fue uno de los primeros rumores que comenzó a correr de voz en voz entre los hinchas rojos, algunos de ellos completamente desaforados en continuo reclamo a las fuerzas de seguridad privada. La Policía, por cierto, seguía de la pared de la cancha para afuera. Los agentes de seguridad privada iban y venían con movimientos chaplinescos sin entenderse qué estaban haciendo.
El espectáculo deportivo de golpe se convirtió en un show del coliseo romano con un puñado del público exigiendo a viva voz a un supuesto todopoderoso que tomara represalias. Algunos hinchas comenzaron a cantar contra la barra de Independiente, y el tema se convirtió de “bardeada” a reclamarles que pasaran a la acción. De todos modos, la mecha de un cohete demasiado explosivo estaba encendida desde mucho antes y ya nadie la iba a parar.
Sin Policías interviniendo, la violencia se tradujo en más violencia. Las primeras réplicas llegaron desde la Garganta lindera a la Erico en una insólita guerra de cascotes y butacas. De un lado y del otro. El segundo tiempo había intentado empezar, pero duró dos minutos. Y para entonces, el reloj en la pantalla gigante del estadio, que nunca fue detenido, ya marcaba más de media hora. Parecía un capítulo bizarro y –lamentablemente– demasiado realista del >“Es muy difícil el control. Vamos a ser sancionados, sin ninguna duda. Nos van a prohibir ser visitantes. No tengo idea qué sanciones, pero van a ser duras. Es desesperante, muy difícil de controlar. Hay un tema social, cultural. Es la sociedad ya”, reflexionó en medio de los incidentes Daniel Schapira, integrante del directorio, en el medio chileno ADN Radio. Del lado de Independiente, Seoane afirmaría luego que los chilenos lanzaron “proyectiles, sillazos, banquetas de la tribuna alta e inodoros para abajo” y que habían “robado artículos de limpieza al personal de limpieza del club”, un dato clave para entender de dónde obtuvieron tantos palos. Algunos hinchas ubicados en la Erico aseguraron que lo que caía desde el lado chileno parecían ser como trozos de cerámica.
“El operativo se hace en una reunión de un comité de seguridad formado por Conmebol, el equipo visitante y por Independiente. Es una tribuna completa, no es que estaba compartida la tribuna. Lo que no se puede prever de ninguna manera es cuando los comportamientos se salen de parámetros normales realmente de un público absolutamente desquiciado”, dijo el presidente de Independiente, Néstor Grindetti, en TyC Sports.
Grindetti fue una de las pocas voces oficiales que, a esta hora, aseguró que hubo “algunos heridos leves” y “un par de heridos que estaban sin riesgo” internados en los hospitales Presidente Perón y Evita, a metros del estadio, después de hablar con “gente de la Policía y seguridad del Gobierno de la provincia”. Un parte que se difundió indica que hay múltiples detenidos y, al menos, 19 heridos. “Estamos intentando recabar información y la verdad que no hay mucha información disponible. Hay muchos rumores, para ver si efectivamente hay heridos, si lamentablemente hay muertos. No lo sabemos hasta el momento”, graficó la confusión reinante el máximo directivo de la U de Chile, Michael Clark, desde el LDA instantes después de los hechos.
Les aseguro que en ese estadio hubo miles de hinchas enamorados de sus colores que eligieron dormir poco por ver al club de sus amores un miércoles hasta la madrugada y un centenar de imbéciles que no se entiende para qué viajan tantos kilómetros o pierden horas valiosas de vida para alimentar el caos. O, más bien, sí se puede explicar con el fenomenal negocio de la tan vanagloriada “cultura del aguante” que incluso terminamos revalidando por acción u omisión aquellos que vamos a la cancha solamente para ver un partido. Hinchas, comunicadores, periodistas, autoridades: todos somos ingredientes de una porción de la torta de estiércol que se sirvió en Avellaneda este miércoles, pero que se ofrece repetitivamente por toda Latinoamérica. Algunos, una responsabilidad menor. Otros, son culpables de la mayoría del cargo. Pero correr los pies del plato es necio.
“Nunca vi algo así en una cancha”, fue una de las frases que más se escuchó durante toda la noche. Algunos, con más canas, recordaban ver algún acto criminal puntual, pero una serie extendida y completa de violencia, nunca. El partido empezó a las 21.30 y unos pocos funcionarios de seguridad con camperas celestes aparecieron en la tribuna visitante casi a las 12 de la noche. Cuando la autorregulación de los “300″ violentos chilenos había terminado el temporal de cascotes y la autorregulación del puñadito de barras argentinos decretó que el ataque ya era suficiente. Entonces, sacaron en camilla a dos personas que estaban todavía tiradas desde hacía rato en las escalinatas del estadio. Con una liviandad como si el show del coliseo romano hubiese llegado a su fin.
La primera pregunta que alguien deberá responder es cómo se planificó un operativo policial absolutamente ineficiente. La Aprevide difundió en la previa que el sistema de seguridad incluía 650 efectivos policiales y 150 agentes de seguridad privada. ¿Dónde estuvieron mientras el grupo de barras chilenos tiraba proyectiles sin cesar para las tribunas de Independiente? ¿Y cuándo la barra cruzó los portones para ir a pegarles a los pocos hinchas de la U que quedaban?
El acto reflejo dirigencial de uno y otro lado fue cruzarse culpas. “U de Chile tiene bastantes antecedentes de esta situación y por eso tuvimos dos reuniones de seguridad y con gente de Chile. Cuando en una parcialidad de 2500 personas que había de Chile, tenés 300 personas que quieren hacer daño constantemente y no los tenés identificados, y en las reuniones de seguridad no hubo prevención de la gente que venía y hacen estos desmanes, es imposible prevenirlo. Las autoridades del club son las que saben la gente que traen y cuáles pueden causar los desmanes. Evidentemente no prestaron atención a ello >Desde el otro lado, Clark también jugó el mismo papel y se desligó del operativo: “Encuentro que efectivamente haber puesto a una barra en una segunda bandeja sin ningún tipo de reja y con gente abajo quizás no es lo mejor. Claramente hay un club organizador. Nosotros no somos los organizadores, no pusimos a la gente donde estaba, no tuvimos nada que ver con los sistemas de seguridad. No soy experto, pero el hecho de haber puesto a la barra visitante sobre gente de Independiente en un lugar donde no hay rejas, quizás mirándolo con el diario del lunes, no fue lo mejor”. Conmebol, en su comunicado, Es claro que acá hubo fallas múltiples. El operativo falló desde el primer segundo. También que es mucho más lógico repartir responsabilidades entre todos los actores antes que intentar desligarse del tema. Querer hacer creer que que hubo un sólo culpable es burlarse de la gente, que es su enorme mayoría, va a la cancha a ver un partido. ¿Tan difícil era prevenir algo evidente? ¿Tan complejo era sacar a los que tiraban cosas inmediatamente? ¿Tan arduo era meterse a frenar la guerra de cascotes? ¿Tan rebuscado es pensar que los barras no pueden cruzar portones cerrados para llegar a la tribuna visitante?